viernes, 21 de febrero de 2014

Fuera de borda - Nicolás Romano


FUERA DE BORDA

Ya empieza ese viento cojudo y se lleva hasta el alma. Parece que uno quedara vacío entonces, solo cáscara; los pensamientos arranca y se lleva, barre hasta con las ganas.
En realidad no se sabe si empieza o si nunca dejó de soplar. Ese es, del sudoeste siempre. Pero hay veces que del Oeste o Norte cálido llega empachando todo, levanta piedras, tuerce los árboles y los empuja a un cabeza a cabeza con la tierra bajando sus copas que quedan de a ratos así, el oído pegado como queriendo escuchar ese ruido que brota de abajo.
Será la calidez de ese aire que le afloja la cincha al recuerdo, distiende los cuerpos tan prietos, le hace lugar y se apea la nostalgia. Uno se rejunta así con sus pedazos y por un momento parece que pudiera enastarse la vida y al fin  agarrarla, pero no, poco dura y todo se lo lleva el viento.

Del lado de Las Becases venía el Catamarca. En los nueve nudos el  Mercedes oncecatorce  carraspeaba. Buena cosecha, habían llenado bodegas con grandes centollas rosadas, hembras y machos pequeños devueltos al agua. Al cabo calaron las trampas con carne de lobo. Solo una boya como una naranja quedó señalando el sembrado y ahora volvían a Ushuaia.
Pero se levantó un pesto de las cien abuelas. Con la marea en baja el sudoeste arrachado puso la embarcación al garete y la nevada  se vino como jauría de perros.
Sobre el tonel de carnada el Indio chancaba unos hilos de tabaco grueso mientras canturreaba indiferente al chubasco que los engullía.
          – Indio, ¡nos lleva San Puta!, soltó Darío más para sí mismo que esperando respuesta, absorto en la negrura que de golpe hacía capote con la claridad del día.
          El Abuelo, dando golpes de timón maldecía a Dios, sus compañeros y a todo ser viviente mientras intentaba ganar la costa norte del Canal de Beagle. Más que tripular la nave parecía un ciego boxeando con algún fantasma.
          – ¡Arranchen todo malditos!, gritó. Junto con los otros dos pescadores era toda la tripulación del Catamarca. Y la lancha pesquera, con sus doce metros de eslora cabeceaba en medio de la borrasca sorteando peligrosamente la restinga, sin ver ya los bancos de cochayuyo o las boyas que con su orinque, podían llegar a manearla.
           – ¡Puerto Almanza!, anunció Darío oficiando de gaviero apenas vislumbró borroso el puesto de la Prefectura, y con los hados de su parte el navío logró atracar en el pequeño muelle.
Se hundían con la nieve hasta la cintura, pero en el puesto ardía la leña en un tacho de doscientos.
Otra pesquera y un velero habían corrido igual suerte. Con los caminos bloqueados  de nieve y el temporal que prometía para largo era imposible hacer llegar la carga, por eso los pescadores enjaularon  la centolla en las trampas y las largaron al mar  como quien saca a pastorear el ganado para que no se enflaquezca. Cumplida esta previsión se liaron todos en un partido de truco por una damajuana. Afuera la nevada apagaba todos los sonidos y el refugio era apenas un ojo zarco perdido en la inmensidad blanca.
Fueron tres días para que amainara sin faltar el vino y la carne recién capturada.
El Indio iba y venía hasta la lancha controlando el amarre, los enseres, el fondeo de la carga. Cuando sonó la radio de banda marina era como que lo esperaba.
          – “Fuera de Borda, estás pegado hermano”.  Así sonó del otro lado. Así le llamaban, “Fuera de Borda”, desde la vez que habiéndose plantado el motor  en medio del paso Guaraní saltó al océano y con una cuerda a  puro brazo remolcó la embarcación hasta encallarla. Desde entonces en las proximidades de las islas saltaba siempre al agua. Descorchaba primero una ginebra de esas para matar piojos, le daba un pencazo y saltaba con una bolsa de red en la cintura pero sin abandonar la botella que llevaba apretada entre los dientes al tiempo que nadaba. La vuelta siempre era a bolsa llena de cholgas, mejillones, mauchos y de lapas.
          ¡Cuernos! con el Indio, nunca dejaba de sorprender el verlo así a torso desnudo cortando el agua helada. Parecía un lobo marino cuando asomaba su cabeza mordiendo la botella  con las  crenchas oscuras llenas de algas. Se cuidaban los nuevos marineros pues era conocido el santo bautismo que sabía prodigar arrojándolos al Canal justo en el medio, so riesgo de que alguno plantara el corazón en esa chanza.
          “Estás  pegado hermano” le estaba confirmando que la  maldita enfermedad le había clavado la uña sin reparo.
Se encontraba sólo en la más  absoluta oscuridad cuando la radio lo sacudió con la noticia; la pequeña cabina era cobijo de la nieve que seguía cayendo sin piedad – pensó – enviada por un Dios que no tiene alma. Tenía el corazón calafateado contra embates y desventuras, golpes de frente y filos por la espalda, pero esto, esta puñalada no cuajaba.
Acostumbrado a hacer cala y cata con la vida, se embutió la gorra de lana cruda hasta los ojos, largó un escupitajo y echó a andar  por el muelle en dirección al puesto con un par de centollas por las patas. De camino sonreía recordando el bodegón donde algunas mujeres escanciaban sus cuerpos por dinero, y no renegó pensando en ellas sino en los gringos de todas las banderas que bajaban para hacer franco higiénico en la aldea, en los inspectores de todo uniforme, en la pobreza, en la perra  suerte que hizo culo con la taba. Llegó justo para la revancha de un partido, porque para este otro, decían, no hay revancha.
Al cuarto día escampó, subió un poco la temperatura y todo se convirtió en lluvias aisladas. Algún Dios aventó en el Canal su cigarro de niebla, las nubes bajas se apiñaron mezclándose entre los islotes, entonces partieron de nuevo rumbo a Ushuaia.
Cerca de las Bridges frenaron el Mercedes. Andaba  el alba pariendo perfiles, todo se veía apenas contorneado. Muy de a poco el pincel de luz iba reemplazando grises por colores vivos, haciéndole a los ojos las miradas, hasta que el mar plasmo de nuevo en el azul.
El  Indio amarró los ojos a ese azul que amaba. Se lo vio en un gesto vago como de arremangarse el alma. Una lluvia caía helada, persistente. Con los gruesos goterones  por el mameluco empapado se le escurría a chorros la esperanza; se le iba esa vida suya de a diez  brasas por trampa, de  soles y de lunas corriendo por el agua.
Descorchó la ginebra, le dio un pencazo y esta vez partió la botella contra la cubierta antes de arrojarse al agua.
Enfiló braceando para la isla donde los lobos  tienen pelo doble. Avanzando era un punto donde el cielo se unía con el mar. Y ya no se lo vio más.
Mientras la nieve es único mantel en la mesa del invierno y la intemperie  sirve copas de escarcha al pescador, duele el recuerdo por el paso Guaraní o entre las islas camino de las trampas.
Pero ya se suelta ese viento cojudo llevándose hasta el alma, y si no arranca el recuerdo lo achaparra o lo deja mamando la tierra  como a esos árboles que se quedan así doblados, siendo un poco árboles y otro mucho viento.

Nicolás Romano
Desde hace 30 años reside en Ushuaia, Tierra del Fuego,  donde realizó numerosos trabajos y oficios. Sus cuentos y poemas navegan por el Canal de Beagle, donde ofició de marinero, o se levantan desde el fondo de una bodega en la que quedaron años de estiba. A veces ascienden montañas y bajan en algún  chorrillo itinerante, recorridos como baqueano del  Parque Nacional Tierra del Fuego. Otras, se arriman temprano a los fogones de los obradores  y caen “con punta”  y humeando en el café servido en su trajinar de vendedor ambulante. Algunos toman forma en el debate diario del S.U.T.E.F (Sindicato Docente) o nacen de mates compartidos con los chicos  del Centro Polivalente de Arte.

220 Kilómetros - Eduardo Bechara Baracat

220 Kilómetros

Cae la tarde. La terminal de ómnibus de Frías está poco transitada. Una mujer compra una empanadilla en un puesto. También exhibe alfajores, patay y alfeñiques de miel de caña. El vendedor mete el dinero en su bolsillo y desaparece silbando rumbo al baño. El lustrín, con el culo asentado en un cajón, ofrece sus servicios a un tipo de unos cuarenta años. “No gracias, hermano”, responde y sigue hasta la ventanilla adonde venden pasajes. Otros, esperan sentados en un banco de madera frente al puesto de revistas, con sus portadas rellenas de celebridades.
Septiembre en Frías es algo que todos deberían experimentar. Hablo del presagio de la primavera, los azahares, la floración de los lapachos y jacarandás, los trinos, la temperatura, las plazas, el bullicio, la vida. El ómnibus que me llevará a Deán Funes lleva un retraso de quince minutos.
Mi ahijado me regaló un reloj que marca las 20:00. Cada vez que miro la hora lo recuerdo. Franco tiene diecisiete años. Vive en una campiña llamada Vevey, cerca de los Alpes Suizos. Guillermo Tell, chocolates y relojes. Frío. Y oro, como un río resplandeciente que fluye por el subsuelo de Zurich. Y montañas cubiertas de nieve, perforadas por túneles que le dan el aspecto de un queso gruyere. Imperio absoluto de la ley. Colisionador de Hadrones. Ciudadanos organizados que casi no se necesitan unos a otros. Reglas horarias para tomar una ducha. No debe haber un país más hermoso para suicidarse.
A pesar de compartir genes con mi ahijado—Franco también es mi sobrino—, él está hecho de una madera especial. Es persistente, inteligente, determinado, noble y seguro de sí mismo. No heredó el carácter incendiario, ni el rencor, ni la codicia, ni la mayoría de los fantasmas ancestrales borrachos de miseria que llevo enganchados de las vísceras. Supongo que tampoco heredó las glándulas suprarrenales del abuelo Salomón. Algunos de nosotros sí. Dios mío. Eso significa que en algún momento del año, una depresión azul nos sepultará en pensamientos negativos hasta que la euforia nos hará tomar decisiones erráticas o escribir cualquier guarrada.
Tres hombres comparten una cerveza en el bar de la terminal. Uno de ellos luce muy cansado, con el mentón apoyado en el pecho. Puede estar borracho. En la televisión, un futbolista muestra su esposa modelo como si fuera un trofeo. En la “modernidad líquida”, existen dos clases de seres: los que están del lado de adentro de la pantalla LCD y los que estamos afuera, reptando en el guadal del anonimato. Y un día, amanecemos sabiendo sus nombres. En los almuerzos comentamos sus colores favoritos, orientación sexual, diseñadores de cabecera y frecuencia coital. Como si fueran nuestros parientes. “Pobre Susana, está aburrida”. “Yo banco a Florencia: se dejó crecer el pito”. “Leonardo se robó unos pesos pero es todo un galán”.
El calor de la tarde me produce sed. Me acerco al mostrador. El quiosquero hunde su mirada en la pantalla de su teléfono ultraliviano. Teclea algunas palabras con el rostro en tensión. Sabe que estoy. Carraspeo. Levanta la mirada.
- Sí -dice.
Señalo la heladera.
- Agua mineral y también quisiera algo dulce…-me tomo el mentón.
Repaso la oferta de cosas. Es un quiosco bien provisto. Hay como cincuenta tipos diferentes de chocolates, cien tipos de caramelos, galletas de todos los colores, etc. El quiosquero escucha Ilia Kuryaki and the Valderramas.
-…Quiero una Rhodesia -le digo.
- Once con cincuenta.
Pago. El Chevallier atraca. El chofer sale apurado y enciende un cigarro. Corta mi boleto y subo las escaleras hasta el segundo piso. Camino por el pasillo con cuidado de no cabecear los televisores. Mi asiento es el treinta y siete. Acomodo la mochila en la parte superior. Me siento. Deben hacer unos cuarenta grados. El viaje durará tres horas, más o menos. El interior es un festival de olores humanos. Hace tanto calor que miro a los costados pidiendo una explicación. A mi derecha hay una mujer de pelo castaño claro y labios carnosos. Su piel tiene un brillo extra. Debe ser transpiración. Su perfume es lo único que huele bien en todo el ómnibus. Duerme. Qué pena. Me llaman la atención sus pies cubiertos por medias rosas. Los pies son el espejo del alma. Soy nieto de un inmigrante que se dedicó a la venta de zapatos. E hijo de un vendedor de zapatos. Tengo la certeza que ella calza treinta y seis. Doy buenos masajes de pies, pero los cobro caros. A la izquierda hay dos muchachos.
- Disculpá, tigre -me inclino hacia su lado- ¿Anda el aire acondicionado?
- No spanish.
- ¿English?
- Yes.
Seguimos en inglés.
- ¿Anda el aire acondicionado?
- No lo han encendido todavía.
- Ok. Gracias.
El tipo tiene una voz gruesa. Suena como el viento deanfunense azotando los algarrobos en una madrugada de agosto. Él y su amigo son rubios. Deben tener unos veinticinco años. Sus hombros parecen cabezas de bebés. Uno cruza los brazos. El bíceps amenaza con despegarse del húmero y rodar por el pasillo. Miden como dos metros. Es como si alguien los hubiera metido a presión en los asientos. Uno le dice al otro unas palabras en un idioma que no comprendo. Con esa voz de viento.
- ¿De dónde son?
- De Alemania. Del sur de Munich.
- Bienvenidos a la Argentina.
En serio, me llama la atención lo gigantes que son. Casi estoy entendiendo por qué Adolfo creía que el resto de la humanidad éramos pigmeos que no valíamos un saco de guano. Adolfo era una máquina de gasear gente que no se ajustaba a sus expectativas. Supongo que su locura tenía un método. Había una razón biológica para acabar con todos. Pero debe ser muy humillante morir a manos de alguien como Adolfo, que no mata por odio, sino por una cuestión científica. No veía otra solución que la de ahorrarles la miseria de vivir con estaturas cortas, narices grandes, preferencias sexuales no convencionales, colores de piel incorrectos o dificultades físicas. Y antes de darles gas, les daba una pasantía en BMW, Daimler Benz, IBM, Volkswagen o Bayer, adonde les chupaban la poca vida que les quedaba. Adolfo sabía que los países prosperan rápido con mano de obra esclava. Conocía mucho de desarrollo industrial. Me sorprende que no le hayan dado el Premio Nobel de Economía. A Obama, el látigo negro de las corporaciones, le dieron el de la Paz. Esa es la negra realidad.
- ¿Vienen de Tucumán? -pregunto.
- Venimos de Lavalle.
- ¿Lavalle?
- Sí. Lavalle.
- ¿Se quedaron un par de días por allá?
- Tres semanas.
Hay gente que recorre Europa en tres semanas. Son tours complicados. A su regreso, no recuerdan si la torre de Pisa queda en Francia, si Venecia queda en Alemania, si el Big Ben es una película porno o si la torre Eifel está torcida. Supongo que para eso están las fotos. Sea como sea, veintiún días son demasiado para pasear por Lavalle, Catamarca. Busco decirlo de una manera elegante.
- Lavalle debe ser un lugar lindo. Pasé un par de veces pero no tuve la suerte de quedarme lo suficiente.
Uno mira al otro. Se dicen algo en alemán. Me miran. El más próximo me explica:
- Estuvimos trabajando en un campo de veinte mil hectáreas. Somos estudiantes de agronomía de la universidad de Munich. Vinimos por una pasantía.
- ¡Ah! Ok. Ahora entiendo.
- Soy Daniel.
- Soy Michael.
- Yo Eduardo.
El motor del ómnibus ronronea. Atravesamos la policía caminera, Quirós, San Antonio. La espesura de la noche cubre los campos. Santiago es víctima de una sequía que lleva tres años. El televisor muestra una película en donde todos disparan contra todos. Hay grandes probabilidades de que el galán mate a todos los delincuentes árabes. Tengo suficiente experiencia en películas de Hollywood como para asegurar que se quedará con la chica y, en un paréntesis, le hará el amor con la ternura con que lo hacen mamá y papá. Después seguirá matando árabes. El árabe con más cara de malo será el último en morir. Traigo un libro de Jorge Amado en la mochila. Podría leerlo y abandonar la película pero no hay suficiente luz. Podría intentar una conversación con la chica de la butaca del lado. Tendría que despertarla. Sus facciones lucen relajadas. Como si soñara con un masaje de pies. Nadie merece que lo despierten en medio de un buen masaje. Y más cuando se trata de esos piecitos enfundados en esas medias rosa que llenan de falso optimismo este vehículo.
Hablaré con los alemanes.
- Muchachos, ¿a dónde van ahora?
- Vamos a Córdoba. Nos espera un amigo -dice Daniel.
- Córdoba les va a encantar. Hay lugares lindos. Mucha juventud. Ya van a ver. ¿Ya terminaron la pasantía?
- En realidad nos peleamos con el capataz del campo. Nos dijo “Si se van no vuelven más”. Acá estamos -responde Michael.
- ¿Qué paso con él capataz?
- El tipo era como un rey -dice Daniel.
- Y trataba a los empleados como esclavos -agrega Michael-. Y ellos parecían agradecidos por recibir ese trato. No lo entiendo. En Alemania se levantarían y se irían de inmediato.
- En Alemania tendrían adonde irse.
- Ya estábamos aburridos -explica Michael-. Abríamos tranqueras, revisábamos vacas en el cepo y no aprendíamos nada. Todos los días lo mismo. El suelo estaba seco. Hacía mucho calor. No había muchas pasturas. Y encima, el capataz aparecía con esas ínfulas de tirano. Acá hay mucha diferencia entre los ricos y los pobres. En Alemania no.
- ¿Comieron asado?
- ¡Cada día! -responde Daniel-. Faenaban los animales ahí mismo. Nos enseñaron los cortes. Hasta comimos testículos de toro asados.
-Los argentinos -señala Michael-, comen en promedio ciento cuarenta kilos de carne por persona por año. En Alemania, con suerte, llegamos a los sesenta.
- A mí me gusta la carne pero estoy pensando en dejarla – les explico-. Tengo la presión arterial de un hombre de ciento treinta años.
- Lo siento -dice Daniel.
- Pero ciento treinta recién cumplidos.
No se ríen.
- ¿Cómo es la ganadería en Alemania?
- Muy diferente. Allá, cada animal está registrado por el gobierno. Tiene una especie de pasaporte. El gobierno sabe cuántos animales hay en cada establecimiento. Si es un ternero, saben quiénes son sus padres.
- Faltaría que sepan como se conocieron -bromeo.
Michael se ríe. Agrega:
- También saben al detalle el stock de frutas, los cultivos, y todo lo que pueda ser útil para el país en caso de una emergencia nacional. Si querés matar una vaca, por ejemplo, tenés que llamar al veterinario. El tiene que supervisar e informar al gobierno. Después, es necesario que hagas una especie de servicio fúnebre.
- ¿Como un entierro?
- Algo así.
- ¿A las vacas?
- A las vacas.
- Acá es otra cultura, muchachos. Es más, algunos meten seres humanos en bolsas de basura y los tiran en el camión recolector.
Quisiera borrar esa horrible broma pero ya la solté.
- ¿Cuánto cuesta un kilo de carne en Alemania?
- Producir un kilo de carne cuesta tres euros con cincuenta. Y el supermercado lo vende a diez euros. Mi familia tiene granja -explica Daniel-, por eso conozco bien los procesos y los precios. También tenemos tambo. Nos cuesta cuarenta centavos de euro producir un litro de leche y el supermercado lo vende a noventa centavos de euro. En cambio, en Argentina les cuesta nada más que dieciocho centavos de euro pero lo venden a un euro. Acá es más cara. No lo entiendo.
- Yo tampoco entiendo. ¿Monsanto vende sus productos en Alemania?
- Sí -Daniel niega con la cabeza-. Están en todas partes del mundo. Se dice que compraron Blackwater, el ejército de mercenarios más poderoso de la tierra. Tienen grupos de lobby. Compran diputados y senadores como si compraran chocolates. Pero eso no es lo más grave.
- Eso me parece bastante grave por sí solo.
- Escuchá -Michael abre grandes los ojos verdes -: les pagan a los investigadores para que modifiquen el propósito de sus investigaciones. Algunos son nuestros profesores. En vez de investigar las verdaderas causas de las enfermedades de las plantas, manipulan los informes con conclusiones que favorecen el desarrollo de nuevas tecnologías. Entonces modifican las semillas. Y ese es su negocio.
- Supongo que las farmacéuticas deben hacer lo mismo -comento.
- El problema de Argentina y de todos los países que aceptan semillas modificadas transgénicamente, es que una vez que el suelo las recibe, son dependientes de Monsanto para siempre.
- Acá siembran mucha soja -indico-. Pero ahora hay una sequía impresionante en el norte. Y unos incendios devastadores.
-Eso es un problema serio -advierte Daniel-. El monocultivo atenta contra la biodiversidad. Repercute en el clima y amenaza la supervivencia de los insectos. Ahora están en peligro las abejas, por ejemplo.
Michael agrega:
- Los países que no se planten enfrente de Monsanto, Bayer, Pioneer o las demás multinacionales, corren el riesgo ver sus campos convertidos en desiertos.
- ¿Es así de grave?
- El suelo es un banco natural de alimento. La mayoría de los nutrientes están en la superficie. Al arar el suelo lastiman la tierra. Y los nutrientes que se escapan son como sangre derramada. No vuelve. Así comienza el proceso de desertificación.
- ¿Y cual sería la solución?
- Sería sembrar varios cultivos, pero eso es caro y complicado operativamente. Cuando hay diferentes cultivos, las raíces se comunican para intercambiar nutrientes y crear resistencia contra las plagas. Es como una gran simbiosis. ¿Entendés?
Creo que sí. A grandes rasgos. Gracias por la explicación
Pasamos por Recreo. Los alemanes se duermen. El último árabe de la película muere, a manos del galán, una de esas muertes de Hollywood. El héroe recibe un premio por haberse librado de esos salvajes y salvado a “América”.
Las salinas flanquean la ruta. La luna aparece entre medio de las nubes y traza una estela en el suelo. Alcanzo a ver una franja de tierra blanca salpicada de jumes. Me duermo. Me despierto en la terminal de Deán Funes.
Los murales de Martín Santiago aparecen por el costado de la ventanilla. Los alemanes todavía duermen. La vecina también. El reloj que me regaló Franco marca las 23:25. Desciendo sin despedirme de nadie. Abro mi Rodhesia y le doy un mordiscón. El viento fresco me acaricia el rostro. Inspiro hondo. Me subo a un remís.
- Jefe, voy a la casa de mi mamá. Colón y Buenos Aires.
En el trayecto termino el chocolate. Me quedo mirando el envoltorio anaranjado. Los traficantes de azúcar no son los únicos que quieren algo de mí. Las estrellas de cine necesitan que me sienta cobarde. Dios necesita mi devoción. Los políticos necesitan que coma su mierda. Los vendedores de noticias se disputan mi tristeza. Las empresas de agroquímicos se sostienen con mi resignación. La patria quiere una rebanada de mi alma, mi sangre, mi sueño y mis impuestos a cambio de nada. Los próceres quieren morderme la memoria. Mi hija necesita respuestas. Algunos parientes quieren que me mantenga pulcro, obediente y sin protestar. Las compañías telefónicas, farmacéuticas, empresas de transporte, petroleras, alimenticias, también se pelean por rapiñarme. La tierra, esfera de vida, no me necesita para seguir girando.
Yo también quería algo de mí pero con tanto ruido lo olvidé.


Eduardo Bechara Baracat
Deán Funes, septiembre, 2013.


EDUARDO BECHARA BACARAT

Nació en Deán Funes, provincia de Córdoba, República Argentina, en 1975. Es licenciado en Administración de Empresas por la universidad Blas Pascal de Córdoba y en los años 2003 y 2004 realizó la maestría en Administración Pública en la universidad Americana de El Cairo, Egipto. Ha escrito ensayos sobre política y economía. Entre los años 2003 y 2006 se desempeñó como editor en jefe de las revistas El Gouna Magazine y Taba Heights Magazine, publicadas en El Cairo. También colaboró con la revista Cairo Magazine, censurada por el gobierno egipcio. Ha vivido desde el año 2000 transitando varios países, consagrándose a una vida nómada. Residió en Brasil entre el 2008 y 2010, en donde escribió “Creaturas del Mandala”, 2010, Ediciones El Copista, Córdoba, Argentina. En 2012 publica “Patria del viento”, su segundo libro de relatos. Ver más de su obra en: www.eduardobechara.com

Diego Reis, Villa La Angostura, Neuquén, Argentina

Postergación de la poesía

Pasa que no he podado el parral ese
y hay esos trabajos de la casa
que no pueden esperar
pintar el portón aquél
lavar las tazas de té
de invierno

planear
catalogar los trabajos
que hay que hacer
antes

sin falta reparar los platinos del auto
visitar los museos las bibliotecas las casas
sacar las entradas esa obra
del absurdo contemporáneo

hay que pensar planear trabajar
observar distraer desesperar
hay que hacer
hacer haciendo

pasa que hay que plantar esos almendros
y pagar las cuentas atrasadas
cortar el césped y darles
de comer a las viudas
y a los huérfanos

los teatros se llenan
las tazas se oxidan
microscópicamente
las hojas
inundan el patio

yo pienso planeo trabajo
observo distraigo desespero
yo hago haciendo
haciendo hacer

y los días pasan, estériles…






De ahí a creer

Por qué sobrevivimos
unos a otros
y qué hacer con ese después
a quién culpar
y ante quién
qué decir
qué sentir
qué pensar
apenas
mirar llorar puteadas barrer
basura
en fin
saber
sospechar
que hay cosas
que son así nomás
que qué vas a hacer...





Hombre sin cigarro

El gesto
a mitad de camino la mano
sosteniendo lo invisible

sopesándolo
así
detentándolo

como un pequeño
prisma o poder
sin llamas

la luz es luz
sólo en los dedos o en los labios
parece decir

mientras haya vida
en mis ojos habrá vida
pues

así el hombre
circundado envuelto en el humo
de una extensión inabordable


  

Oráculo

Cómo va el partido
le pregunto a mi viejo desde el baño
cero a cero
todos corren todos corren
dice él
amante y recordador
de un fútbol
que ya se está yendo
la pared la gambeta
pelota al piso cabeza levantada
lo escucho
le pelea a la televisión
esfinge cíclope
abrí no corrás pasála le dice
y yo pienso
no sin misterio
en esa batalla
desigual
perdida
uno es compañía
dos son multitud


Muerte número cinco

El sol salía
y yo había visto morir a un hombre
morir
para siempre
lo cual sería perfecto
para el final de un cuento
de Borges
esa mañana apenas tibia
desmesuradas las orillas
de la sensación
el día empezaba
y mis ojos
aunque ya nada inocentes
se desasosegaban
contemplando
la enorme
inabordable realidad


Diego Reis, Villa La Angostura, Neuquén, Argentina
  
Diego Reis

Nació en La Boca y creció en Gral. Roca (Río Negro). Integró el Centro de Escritores de esa ciudad, con el cual publicó la novela colectiva “El Hombre de Traje Blanco” (PubliFadecs, 2002) y editó la revista literaria “Desde el Andén”.
Fue becado por Fundación Antorchas (2002-2003) y por el Fondo Nacional de las Artes (2007) en el género Narrativa, donde estudió con los profesores Marcos Mayer, Leopoldo Brizuela y Vicente Battista.
Sus textos fueron publicados en diversos periódicos (“Río Negro”, “La Mañana de Neuquén”, “La Comuna”), revistas (“Desde el andén”, “Revista Todo” “Colectivo Al Margen”), blogs y antologías, entre las cuales cabe destacar “Antología Literaria Roquense” y “Antología Poética Roquense” (FEM, 2007) y “Estación 13” (FEM/FNA, 2008), fruto de los encuentros de la Beca del Fondo Nacional de las Artes.
En el 2008, fue seleccionado por escritores de toda la provincia, para integrar (junto a otros 20 poetas) el volumen “Poesía Río Negro, II. Antología consultada y comentada”, que reúne a los poetas más reconocidos de Río Negro nacidos a partir de 1960.
Ha publicado el libro de cuentos “El Charco Eterno” (El Camarote Ediciones, 2009) y el poemario “Lo Levemente Ajeno” (El Suri Porfiado Ediciones, 2013).
Actualmente vive en Villa La Angostura, donde integra el grupo literario “Alamberse!”, coordina el Taller Municipal de Escritura Creativa, y dirige la Revista de Arte, Cultura y Sociedad “Rescate”.

Mail: diegorodriguezreis@gmail.com
Blog: www.animaldeltiempo.blogspot.com

Reseña a “Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer”, de Eduardo Bechara Navratilova, por el poeta argentino Manuel Graña Etcheverry

Reseña a “Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer”, de Eduardo Bechara Navratilova, por el poeta argentino Manuel Graña Etcheverry

“Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer”, de Eduardo Bechara Navratilova, consta de tres componentes poemáticos, que se fusionan en el poema capital individualizado en el título. El primero de ellos, sobre la ciudad, tiene como materia a Praga; el segundo, también expreso, sobre la mantis religiosa, y el tercero sobre la mujer, cuyo nombre se omite, por innecesario.
Todos ellos, formalmente considerados, se presentan en versos libres, sin regularidad métrica y sin rimas melódicas, salvo unas pocas de mera repetición y un puñado de asonantes. Los versos por lo general son cortos: el más largo, en el canto a Praga, es el alejandrino “A veces es mejor amar que ser amado en XI,alejandrino con dos nítidos hemistiquios: a veces es mejor / amar que ser amado, cada uno heptasílabo para formar el alejandrino; y el verso más corto es el bisílabo Praga en I, II, VII, IX, XII, y XIII;también verdes mi alma que por sinalefa se lee mialma (III) ynadie (VII); hay trisílabos y nadie; tetrasílabos te amaría (VII),pentasílabos puedo ser yo (VI); hexasílabos dejo que su imagen(VI): heptasílabos Cada vez que la veo (VI); octosílabos si fueras de carne y hueso (VII); eneasílabos para que entiendas que te amo (X); decasílabos mis versos carecen de sentido (X); endecasílabos a sabiendas de que me envolverás (X); y el alejandrino arriba citado, que medido con la suma de sus hemistiquios tiene 14 sílabas (7 + 7 = 14), pero sin ellas cuenta 13.
 Hay un encabalgamiento en los dos primeros versos de X: Te escucharé en el alba con el / canto de los pájaros; en el canto a la mantis, XIII Quiero vivir bajo el delirio de / una cópula eterna, y en el canto a la mujer: El viento llora el / paso de la noche (Tercera noche), y Un alcatraz se zambulle en / picada profunda (Octava noche). El encabalgamiento es una de las libertades que han tomado los libreversistas. Yo no la apruebo, porque corta la frase natural. Los sintagmas iníciales auténticos, vale decir que permiten el breve corte de las frases, son, por su orden: Te escucharé en el alba; Quiero vivir bajo el delirio; El viento llora: Un alcatraz se zambulle. Por oportuno, hago notar que la R.A.E. no distingue el encabalgamiento de la hipermetría, y aplica ambas denominaciones al ejemplo clásico de Fray Luis de León:
“... miserable / mente...”. Yo me permito distinguir: hipermetría es el corte vocabular, como en el ejemplo de Fray Luis, y encabalgamiento es el corte de la frase, como en los casos que he señalado. Ambos son defectuosos y deslucen el verso, porque la línea versal debe ser sintácticamente unitaria, sin más cortes que los propios de la frase gramatical.
Hay rimas por repetición: Praha / Praha XIV; en el canto a mantis,fauces / x / fauces XIII (la x indica verso intercalado). Hay también algunas rimas asonantes, pero no merece la pena considerarlas: desde el punto de vista técnico, la versificación total es inobjetable.
Hasta aquí he venido considerando las composiciones según normas clásicas de técnica formal; ahora trataré de desentrañar el contenido poético, pues el lenguaje lírico no siempre está hermanado con del lenguaje lógico.
En los tres componentes del poema total yo creo ver que tienen como integrantes etapas de la vida del poeta, y en ella se unifican.No hay separación entre ellas, pues la vida es fluyente,continuada, indivisible, y el nombre con que las señalamos son simples denominaciones: si quisiésemos dar un nombre adecuado a esas etapas y a su continuidad, tendríamos que crear el neologismo ciudadmantismujer.
El análisis permite hablar de ellas separadamente, y con ese amparo yo diría que la ciudad representa el nacimiento y la primera formación del niño; la mantis lo muestra entrado en la adolescencia, en la que le brota la perplejidad que se le produce cuando piensa en su ubicación en el universo y en su destino individual: es lo que Jean-Paul Sartre llamaría la edad de la razón,expresado por Rubén Darío en “Lo fatal”; “y no saber a dónde vamos / ni de dónde venimos”; y la tercera constituye la realización, porque el hombre realiza su integridad en la mujer, como la mujer la realiza en la maternidad. Las tres confluyen para formar una unidad poemática. Es verdad que cada uno de los tres cantos es un poema independiente, pero cuando los vemos pierden su individualidad y se diluyen en lo unitario.
La ciudad es el entorno vital. Es todo lo que rodea al individuo, en lo natural de la realidad y en lo indefinible de lo espiritual. En ella se nace y en ella se vive, se duerme, se piensa, se nutre el cuerpo y el alma, se forma, se con-forma, se relaciona, se forman amistades, se reconoce retoño de un organismo que viene desdeoscuras edades, anteriores a los padres, al abuelo Karel, se adquiere el yo, la persona propia, intransferible. Ella lo rodea con el paisaje de sus edificios, de su monumentos, de sus espacios libres, de su espíritu, de aquello indefinible que hace que todos coincidan en una denominación como pertenecientes a esa ciudad y no a otra; en ella se habita, en ella está la familia, con la madre como primera figura, de la ciudad le vienen los incontables elementos que se le incorporan, se incrustan en recuerdos, se estudia, se aprende, se crea, se pregustan sabores, se juega a la orilla del río, se cruza el puente en el que en algún momento uno advierte ser otra cosa, otra persona. La ciudad se le ensancha: está en el universo. El yo ha comenzado a conocer y a sentirse parte de la naturaleza.
Y comprueba que la naturaleza es cruel, y que su crueldad es ilimitada. La naturaleza ha inventado la vida y la muerte. Su símbolo es la mantis religiosa. Erguida, con las dos patas delanteras juntas, en actitud de rezo, de agradecimiento a los espíritus que han concedido la gracia de la vida, musitando oraciones en la boca triangular. Pero no se trata de oraciones ni de agradecimientos: está preparando sus dientes, porque sus ojos han visto una presa, y las patas están listas para apresarla. Nada escapa a sus ojos, porque ella es el único ser vivo capaz de ver hacia todos lados.
El adolescente comienza entonces a comprender el proceso natural: todo ser vivo está destinado a morir, y la mantis funciona como verdugo. En ello no hay crueldad, pues ésta es tan solo una palabra inventada por el hombre para defenderse contra la idea de la muerte, que es uno de los infinitos puntos que forman el ciclo de la nutrición: un ser vivo come otro ser vivo, y luego será comido. Se alimenta y alimenta. Le fue concedido un tiempo de permanencia,y al agotársele, él desaparecerá.
El adolescente ha llegado a comprenderlo. Entiende que hay una etapa en la que se ama a la naturaleza, encarnada en la mantis, y luego vendrá la fase en la que él será devorado. En ese tramo irá sintiendo las dentelladas de la mantis, anticipadoras del tramo final, la del ser vivo que es engullido, el tránsito del ser hacia el no ser. No hacia la nada, porque desaparecido su yo vivo, pasa a formar parte de la naturaleza.
El adolescente se entrega. Amará a la mantis como se ama a una mujer, y cuando su ciclo se cumpla, él se habrá realizado en la mantis, en lo femenino, en la mujer.
La mujer es salvaje, como es salvaje el tigre. El adolescente la ve vital, ve que es la vida misma. Se la disfruta, se la goza, se la posee como se hace el amor a la mujer amada, adentrándose en ella. Ya habrá de saber que sus sonrisas nocturnas valen tanto como el gesto religioso de la mantis.
El vocablo “mujer” juega con dos direcciones. Aquí se habla de la mujer salvaje, la mujer símbolo, la personificación de la mantis. Otra es la mujer humana: por ella uno vive, se vive para ella. Sin ella la vida carece de sentido. Ella es la fuente viva de la poesía. Para ella son las palabras musicales del verso, la meta de las melodías verbales, es la bebida erótica y el recipiente, la dicha, su sabor y su dolor, es eso que llamamos la felicidad, es la belleza de la flor, los pétalos de los días, es el sentido, la razón de ser.
Ella es la que nos integra la vida. Por ella y en ella el hombre se realiza, se realiza la vida; en la mujer salvaje, la mujer mantis se realiza en la muerte. La mujer real es conjunta: vive con el hombre, son dos en uno; la mujer simbólica es individual, porque la vida es actos sucesivos y compartidos, pero la muerte es individual, indivisible, no participativa. El amor humano es para aquella; para la mujer simbólica el amor es ocasional, ocurre en momentos en que se desea morir porque pesan problemas insolubles: no habiendo solución en esta vida, no esperando una ayudasobrenatural, la única salida es entregarse a la mantis religiosa. Para ella es la última noche.
Con la última noche se cierran los tres componentes poéticos. Cierras el libro tú, lector, y percibes que algo te está diciendo, o diciéndote: los tres enfoques, cada uno con sus pertinentes poemas, se han fusionado. Ahora son una unidad poemática, y ciudad, insecto y mujer están unificados en el poema total que es esta la obra del Poeta.
Manuel Graña Etcheverry
Deán Funes, 23 de octubre de 2010.